Valdegamers

De un Tetris a Valdegamers: la historia de un sueño


Mi historia con los videojuegos comienza como la de muchos niños nacidos en los años 80. Todo empezó con un Tetris que cayó en mis manos como regalo de cumpleaños. No era el Tetris que todos conocen hoy, sino un clon en pantalla monocroma. Aunque no era la máquina más avanzada, esa sencilla consola me abrió las puertas a un mundo completamente nuevo. Recuerdo con nostalgia aquellas eternas partidas. Aún lo tengo grabado en la memoria, estéticamente lo recuerdo perfectamente, pero jamás he vuelto a ver otro igual. Si alguna vez se me presenta la oportunidad de conseguirlo, no lo pensaría dos veces. El mío, quién sabe... quizá lo cambié por algo o simplemente se perdió en el tiempo.

(similar a la que tuve)

otro momento que marcó mi vida fue compartir los videojuegos con mi tío Agustin. Él tenía una Game & Watch de Donkey Kong 2 que me encantaba. Siempre la llevaba consigo a sus sesiones de quimio en el hospital, y yo aprovechaba cada visita para jugar con él. Es un recuerdo muy especial. A pesar de estar pasando por momentos difíciles, siempre encontraba un hueco para compartir esa pequeña consola conmigo. Recuerdo que a él le gustaba mucho mi Tetris, y solíamos intercambiarlos. Aunque, siendo sincero, a veces era egoísta y no se lo dejaba… y hoy me arrepiento de no habérselo dado de verdad. Mi tío falleció, pero ese recuerdo se quedó conmigo para siempre, como un vínculo que los videojuegos nos regalaron, más allá del juego.


Poco después, fui a casa de un compañero de clase a merendar. Gracias a su padre, que tenía una tienda de productos eléctricos —bombillas, calefactores y, sí, alguna que otra consola—, él podía permitirse cosas que yo solo podía soñar. Fue ahí donde conocí el Pong. Amor a primera vista. Juegos como hockey o fútbol donde los jugadores no eran más que palos y la pelota, un píxel blanco. Juegos simples, pero para mí, absolutamente mágicos.

Sin embargo, mis padres —sobre todo mi padre— no veían con buenos ojos esta nueva afición. Los videojuegos no eran algo que consideraran útil en casa. Para mi padre, no era más que una “caja de tontos”. Muchas veces me topé con su desaprobación, pero la vida me tenía preparada una sorpresa.

Durante mi comunión, una amiga de mi tía Isabel ( Rosario) me hizo un regalo que marcaría un antes y un después: una Master System 2 con un pack de juegos 3 en 1: Columns, World Soccer y Monaco GP. Ese momento quedó grabado para siempre en mi memoria. Fue una sensación inexplicable, algo que nunca olvidaré. Siempre recordaré a la amiga de mi tía por ese detalle tan especial. Esas cosas dejan huella, y este fue, sin duda, uno de los recuerdos más bonitos de mi infancia.

El resto de regalos de mi comunión quedaron en segundo plano. De hecho, ni siquiera recuerdo la mayoría. Lo que sí recuerdo bien es que, aunque mis padres no estaban muy contentos con la consola, yo no podía dejar de jugar. Cuando mi padre volvía del trabajo, escondía la consola para que no me regañara. Y por si fuera poco, mis padres nunca me compraron juegos. Todo lo que conseguía era a través de intercambios. Recuerdo cambiar un reloj Casio por un Sonic. Así comenzaron mis primeras “hazañas” para conseguir juegos. Y lo cierto es que no me arrepiento de ninguno de esos momentos.

Esa etapa fue solo el comienzo de algo más grande. No lo sabía entonces, pero en esos pequeños trueques y en esa pasión escondida empezó a gestarse el sueño que hoy es Valdegamers.



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